30.5.06

LA VIEJA BÚSQUEDA, LA NUEVA PRUEBA

El otro día fue la graduación de mi hermana. La verdad es que es curioso: cuando yo acabé el instituto, nos regalaron un boli en el patio, durante el recreo. Y ya nos pareció mucho...
Pero claro, yo por aquel entonces vivía en uno de esos pueblos de la provincia de Huesca olvidados del mundo y de sí mismos. Mi hermana está en un lugar distinto, un mundo diferente, incluso. Ella tiene más clase, más "glamour" como decimos para cachondearnos de ella, aunque yo realmente lo pienso. Así que su colegio nos obsequió con una ceremonia de tres horas de duración enfundados en nuestras mejores galas (mi madre se empeñó en que nos vistiésemos como si fuésemos de boda... Sin comentarios)
Debo reconocer que no me aburrí tanto como pensaba en un principio. Cierto es que todo el mundo dio su discurso, poco más y sale hasta el conserje, que subieron uno por uno a ponerse su banda y a recoger el diploma (una pijada más de la tarde, mientras mi madre me decía la ilusión que le hubiese hecho que yo hubiese tenido un acto parecido) Pero también hubo momentos simpáticos, fotos de cuando eran pequeños... Lo cierto es que llegué a envidiar a todos esos profesores que los conocían desde hacía años, agradables, cariñosos, que sentían que acabasen el colegio. De mis profesores... Mejor otro post, porque lo requieren.
Sólo una cosa a añadir, una pequeña objeción: entre todos esos discursos tremendistas sobre lo dura que era la vida, las decisiones a tomar, la gente que dejaría de estar a tu lado... No es justo. Si yo hubiese estado allí arriba, me hubiese gustado decirles, a mi hermana y a sus amigos:
La vida es todo lo que teneis. Habrá momentos buenos y malos, pero siempre podreis seguir hacia delante. Vivirla cada segundo, no malgasteis ni uno solo, porque no vuelven. La gente irá cambiando, pero los realmente importantes, permanecerán a vuestro lado. A la vida no hay que tenerle miedo: hay que tenerle ganas. Sólo amando a la vida, seremos capaces de entenderla. Entender que el trabajo es fundamental, pero que, muchas veces, la casualidad puede cambiarlo todo. ¿Inestable? No, al contrario. Apasionante.
Como cuenta un Koan:
"Durante uno de sus sermones, el maestro Chan Yun Men dijo a la asamblea:
- No os pregunto cómo sois justo antes de la noche de la luna llena. Quiero saber cómo sois tras el decimoquinto mes.
La asamblea no tuvo nada que responder al maestro. Momentos después, Yun Men se respondió a sí mismo:
- Cada día es un buen día"

24.5.06

LO SIENTO, BUSCADORES DE CERTEZAS

Hoy era el cumpleaños de mi tía. La verdad es que no se cuántos cumplía: llegados a una edad es mejor no preguntar.
Así que allí hemos ido, mi hermana y yo, compañeras de aventuras, a comer con ella. Tras dos horas explicándonos los sitios posibles, para ver cuál nos gustaba más, hemos ido a dónde ella quería. Como era de esperar.
Mi tía es un personaje curioso. Podríamos resumir su vida en dos grandes pasiones: la comida y lamentarse de sí misma. La conversación nunca saldrá de los límites marcados por la última receta de Arguiñano y por lo desgaciada que es. Aunque quieras, no existe escapatoria.
No es de extrañar, por tanto, que en el restaurante no le haya hecho mucho caso...
En la mesa de al lado había un grupo de albañiles. Rojos, casi congestionados, pedían alegremente pacharanes y le tocaban los monfletes a la camarera a la hora de pagar, todo muy masculino y español. Uno de ellos, el más joven, sonreía a medias, callado, mientras el resto seguían agitando la botella de tinto, apurándola. Parece ser que en la gran mayoría de los muertos por accidentes de trabajo la tasa de alcoholemia es alta... Qué tontería.
Mi tía, en ese momento, ofrecía su plato a mi hermana. "¡No quiero!" se resistía ella, perdiendo los estribos tras insistirle por décima vez. "Sí hombre, sí. Mira, hacemos un cambio de platos y ya está, así lo pruebas." Mi tía había sustituído su tostada por los espaguetis de mi hermana.
En la mesa del fondo, un hombre delgado y serio estaba a punto de probar el vino. Seriamente cogía la copa, la acercaba a una nariz larga y afilada, olía, y probaba un poco. "Un auténtico enólogo" había pensado yo, emocionada, recordando Entre Copas. Mi ilusión se desvanecía segundos después, tras verle trajinarse una botella a él solito a medida que le subían los colores.
En ese intervalo de tiempo, y como quien no quiere la cosa, mi tía se había zampado todos los espaguetis. Por supuesto, mi hermana no había probado bocado. "Qué malo es tener que comer todo a la plancha y sin sal, hijas, - se lamentaba mi tía.- Ni comer una puede" decía, mientras rebañaba el plato.
En la mesa de delante se había sentado la Ally McBeal española: maletín, traje de chaqueta y una agenda más grande que ella. Cincuenta años, eso sí, cargada de oro y de unos kilos de más. Hablaba por el móvil y comía la verdura con afectación. Si hubiese sido caviar, ni me lo imagino.
"De postre... Tarta de chocolate,- pedía mi tía en esos momentos.- Total... Un día es un día" y reía alegremente, como esas personas que creen que te engañan cuando las únicas engañadas son ellas.
Así que no pude más que mirar al fondo, hacia el lugar que había ocupado el enólogo. Estaba vacío, pero la lámpara se movía peligrosamente. Parece ser que, alguien, no había calculado muy bien las distancias.

18.5.06

SÓLO ME ROBAN PROTAGONISMO BODAS DE INFANTAS

Mayo: mes de comuniones... Y de bodas.

Que llegue el buen tiempo, y que las iglesias se llenen de gente, son todo uno (gente de menos de 80 años, se entiende) ¿Y las alergias? Parece ser que los comulgantes y las novias están inmunizados al polen. Si no, resulta incomprensible.
Reconoceremos una boda por varias cosas: nos cruzaremos por la acera con señores vestidos con traje oscuro bajo un sol de justicia y señoras en vestidos de tirantes, preferiblemente con blondas y/o lazos, cuando el termómetro apenas llegue a los 20 grados. No podremos pasar a la altura de la iglesia entre una muchedumbre alborozada que no se aparta o estaremos a punto de rompernos la crisma con los miles de granos de arroz que tapizan el suelo.
Y por si todavía no nos habíamos dado cuenta, siempre estará el coche (forrado de papel higiénico, lleno de globos o arrastrando latas) para que no nos pase desapercibido.
¿Se nota que no me gustan las bodas?
Mis experiencias han sido pocas, pero intensas. Como aquella boda en la que la hermana de la novia se empeñó en cantar una canción compuesta por ella misma, con lo que allí se lanzó, a destrozar el adaggio de Albinoni con un "Que yaa se haan casaaaadooooo" ante el cual tuvimos que taparnos la boca mi hermana y yo para que no se nos viera reír, mientras que apenas tres filas por delante la novia lloraba a moco tendido, quién sabe si emocionada o desconsolada por el ridículo de su familiar.
O aquella otra en la que me tocó compartir mesa con mi tía, que pasó toda la cena gritando a una velocidad de un "¡Vivan los padrinos!" cada veinte segundos, asombrada de que nadie la secundase.
O esa ocasión en la que al abuelo del novio sólo se le ocurrió aparecer con una corbata con el dibujo del metro de Londres y se negó a cambiársela, por el método de la pataleta, por otra más apropiada para las fotos del album.
Reconozcámoslo: las bodas son cutres. La gente que va a las bodas van a divertirse en plan hortera, a costa de unos novios a los que apenas conocen, pero gracias a los cuales esa noche se pondrán las botas. Se va a las bodas a comentar el vestido de los demás, y por las copas gratis ( y porque ya te has dejado un pico en el regalo y, claro, hay que amortizarlo, aunque en un mes no vuelvas a abrocharte el pantalón)
Pero no todo es negativo... Por eso me quedo con uno de los momentos de mi última boda: una noche fresca veraniega, entre las montañas que conforman el valle andorrano. Fuegos artificiales, y alguien cantando de fondo. Sí, ella de nuevo. La hermana de la novia quería seguir destrozando canciones.

13.5.06

RECOMIENDO A DA VINCI, NO A DI CAPRIO


El otro día tuve la oportunidad de darme una vuelta por el Prado: acababa de dormir en un hotel de 4 estrellas enfrente de el Reina Sofía, hacía sol, la temperatura era agradable y debía sobreponerme del trauma que me suponía estar de vuelta después de 8 días en mi Istanbul.

Como buena madrugadora allí estaba, en la puerta, quince minutos antes de la hora de apertura. Conmigo, tres chicos ingleses y una pareja indeterminada, así que me entretuve leyendo el 20 Minutos y sus noticias sobre Espe (qué gran filón nos hemos perdido en Zaragoza)

Cuando por fin puedo entrar, me encuentro con el detector de metales y los rayos x para que me examinen el bolso. Paso feliz como una perdiz y me voy a lo que más me interesaba: las Pinturas Negras de Goya.

Ver ciertos cuadros sola es impagable: Los Fusilamientos, Saturno devorando a sus hijos, y todas esas joyas que nos dejó Goya cuando el pobre ya estaba hecho polvo. Entre ellas el Perro Semihundido, que me encanta, casi tanto como debía gustarle a Saura para que le inspirase tanto.
Y tan sola... De hecho hasta los vigilantes me habían dejado allí, no debía preocuparles mi aspecto. Curioso. Muy curioso. Si hubiese visto más películas de ladrones de cuadros me hubiera metido alguno en el bolso.
La cuestión es que me entraron remordimientos de conciencia, así que me dirigí hacia las salas de las Meninas. Los gritos de los turistas me guiaron hasta allí, así que durante un rato estuve escuchando la explicación del cuadro en inglés, francés, italiano, alemán, japonés, acompañado del run-run de las audioguías. Y de nuevo ni un vigilante cerca, qué confiados los madrileños. Y qué abandonado mi amigo Goya, y todos los demás cuadros del museo.
Sólo había gente en esa sala. Me pregunto cómo lo harían, algún tipo de teletransporte que escapa a mi comprensión. Una de las mejores pinacotecas del mundo, y la gente viendo un solo cuadro. Cuatro despistados habían descubierto El Jardín de las Delicias en la planta baja, y un señor a mi lado había gritado, de repente, en una de las salas de Goya: "¡Fíjate que hay aquí!" Señalando a la Maja Desnuda, único espectador del cuadro. El Triunfo de la Muerte, el cual estuve buscándolo por todo el museo, lo encontré en la misma sala que el cuadro de el Bosco, así que no tuve que preocuparme: lo tuve sólo para mí.
La verdad es que somos unos borregos.