31.12.06

EL TIEMPO, A VECES AMIGO DEL HOMBRE

El último día del año... Creo que las personas somos muy aficionadas a hacer recuentos, listas de tareas y objetivos. Hasta hace cosa de cuatro o cinco años yo era de esas personas que en Nochevieja pensaban qué es lo que quería conseguir en el nuevo año: más tiempo para leer, hacer algún viaje interesante, practicar deporte con más frecuencia o simplemente dejar de comerme las uñas (algo que tendría que volver a replantearme...) Por supuesto olvidaba esas promesas con rapidez, hasta hubo algún año en que las escribí en una libreta de la que nunca se volvió a saber. Las personas somos así.

Ahora ya ni siquiera eso. No digo que esto sea lo mejor, pero la cuestión es que ya no lo veo necesario. Considerando que puede ser que pasado mañana me caiga una teja en la cabeza, ¿Qué sentido tiene ponerse a pensar que quieres adelgazar un kilo al mes? Y este pensamiento, en contra a lo que pueda parecer, es realmente optimista. De hecho creo que es lo más cercano que existe a una especie de iluminación Zen, a la felicidad si me apuras y eso realmente existe. Es la certeza de que lo realmente importante es el ahora.

Este año ha habido bastantes cambios y se que el año que viene habrá más. De momento vivo en suspenso hasta ese maravilloso día 21 de enero en el que podré dormir todo lo que quiera y pasar el tiempo en lo que a mí más me guste. Después viene el Viaje con mayúsculas, y luego espero que más viajes... Y la jornada de reflexión, por supuesto. Distinto. Muy distinto. Y con ganas pero también con respeto, como creo que se deben afrontar los cambios.

Espero que el nuevo año os de tiempo para hacer todo lo que aún tenéis pendiente. Es lo mejor que se me ocurre para desearos. (Y que riáis mucho, lloréis poco a menos que sea de alegría y, sobre todo, que no perdáis nunca la capacidad de asombro)


13.12.06

NO EMPUJE SEÑORA, BAJO EN LA PRÓXIMA

Zimmer vaga sin rumbo, perdido en las palabras de un libro que nunca vio la luz, en una historia que acabó antes de empezar. En un mundo que es una sucesión de imágenes, de fotogramas, de escenas proyectadas en el vacío para un público inexistente.

Paul Giamatti esboza una sonrisa entre escéptico y maravillado ante el nuevo truco, escudriña a su interlocutor y finalmente se rinde, se deja ganar, compungido y admirado al mismo tiempo, sabiendo que pasaría horas en la oscuridad del patio de butacas.

¿Y yo? Yo me derrumbo sobre la cama, cansada, cuando al otro lado del móvil se escucha el click que acaba con la conversación, que vuelve a alejarnos y nos catapulta de nuevo a miles de kilómetros de distancia. Apoyo la cara en el hueco que deja mi brazo, y entonces lo veo, en el otro extremo de la habitación: un libro boca abajo. Sacudo la cabeza, y eso me hace salir del abismo, me obliga a ponerme en marcha de nuevo. Me pongo en pie, cruzo descalza el cuarto y cojo el libro entre mis manos. Por supuesto, no le doy la vuelta simplemente, sino que paso las hojas al azar. Nunca lo he leído, me falta tanto tiempo... Abro una página y me encuentro con esto:

"Quién iba a decirle cuando era un niño en una casa con jardín de Cartagena de Indias que acabaría 30 años después en el depósito de cadáveres de Nairobi, se para uno a pensarlo y parece increíble, pero también lo es que yo esté ahora contigo y me atreva a hablarte como si te conociera desde siempre, como si no hubiera sido prácticamente imposible que nos encontráramos. No salgo de mi asombro, me niego a salir de él, no quiero acostumbrarme, quiero vivir exactamente así el resto de mi vida, sin hacer nada ni desear nada más que lo que ya tengo ni a nadie más que a ti, agradeciendo que existas y me hayas elegido y que estés a mi lado cada mañana cuando me despierto, inmediata y carnal, no inventada, más verdadera y mía que yo mismo, haciéndome preguntas continuas, desafiándome a decir lo que he callado siempre, lo que ni recordaba, moldeada por el sufrimiento y la felicidad, frágil y sabia, deteniendo el tiempo para que duren como lentos días cada una de las horas y no empiece a remordernos la angustia del adiós"

Vuelvo a dejarlo en el estante. De nuevo, una vez más, las palabras conjuraron a los fantasmas.