Paquetes de kleenex, pilas, el Ipod, un adaptador, Moby Dick, un Scrabble de viaje, pastillas de la alergia, repelente de mosquitos, una libreta...
Odio el desorden y ahora mi mesa se está convirtiendo por momentos en una leonera.
No tengo problemas a la hora de hacer una maleta. Durante años estuve viajando casi todos los fines de semana, cuando vivía en el pueblo, y el hecho de preparar las cosas dejó de preocuparme. Ahora me pasa lo mismo: cada viaje, mi maleta es más pequeña. Cada vez cojo menos ropa, hasta el punto que he conseguido ajustarla para pasar con lo mínimo. Después de pegarme más de una semana por Italia con una mochila (no con una mochila de monte: una mochila normal, un pelín más grande que las que llevan los niños al colegio) ya no tengo problemas.
Pero hay una serie de pequeñas cosas, sobre todo en los viajes largos, que tienden a olvidarse. Esas cosas las voy amontonando a la vista cuando me acuerdo de ellas, para no olvidarlas. Y son en las que más tiempo pierdo. Me pasé una tarde entera cargando el Ipod, asegurándome de que mis cds favoritos estuviesen allí. Estuve más de una hora en la librería buscando un libro que mereciese la pena cargarlo durante tantos kilómetros. Di miles de vueltas por la papelería hasta que encontré una libreta en la que me apeteciese escribir. Sí, ya lo se: lo más seguro es que no escuche ni la mitad de la música, ni que pase del " Pueden ustedes llamarme Ismael" y que apenas escriba un par de líneas. Pero también se que si no me los llevo, los echaré en falta miles de veces.
Sólo se extraña lo que no está.
Odio el desorden y ahora mi mesa se está convirtiendo por momentos en una leonera.
No tengo problemas a la hora de hacer una maleta. Durante años estuve viajando casi todos los fines de semana, cuando vivía en el pueblo, y el hecho de preparar las cosas dejó de preocuparme. Ahora me pasa lo mismo: cada viaje, mi maleta es más pequeña. Cada vez cojo menos ropa, hasta el punto que he conseguido ajustarla para pasar con lo mínimo. Después de pegarme más de una semana por Italia con una mochila (no con una mochila de monte: una mochila normal, un pelín más grande que las que llevan los niños al colegio) ya no tengo problemas.
Pero hay una serie de pequeñas cosas, sobre todo en los viajes largos, que tienden a olvidarse. Esas cosas las voy amontonando a la vista cuando me acuerdo de ellas, para no olvidarlas. Y son en las que más tiempo pierdo. Me pasé una tarde entera cargando el Ipod, asegurándome de que mis cds favoritos estuviesen allí. Estuve más de una hora en la librería buscando un libro que mereciese la pena cargarlo durante tantos kilómetros. Di miles de vueltas por la papelería hasta que encontré una libreta en la que me apeteciese escribir. Sí, ya lo se: lo más seguro es que no escuche ni la mitad de la música, ni que pase del " Pueden ustedes llamarme Ismael" y que apenas escriba un par de líneas. Pero también se que si no me los llevo, los echaré en falta miles de veces.
Sólo se extraña lo que no está.