Cuando el partido no acompaña, lo cual suele pasar a menudo, me entretengo mirando a mis compañeros de grada.
La gente de mi grada es curiosa: a la izquierda tenemos a La Gorda, que es de la familia de Los Guarros. Son unos nombres totalmente descriptivos: la señora en cuestión ocupa casi dos asientos (se rumorea que Solans quiere hacerle pagar doble) y además debe padecer daltonismo, por su maravillosa capacidad de combinar colores. En cuanto a su familia, no debe de haberse enterado de que el suelo existe para pisar sobre él, no para lanzar basura.
Delante tenemos al Abuelo Melón: setenta años, rubio, y un grito insistente en sus labios: "¡Melónnnn! ¡Que eres un Melónnnnn!" Acompañado del padre de Juanito Calvicie, rebautizado como Disco Rallado (el hombre todavía no ha descubierto que con una vez que insulte es suficiente: no hace falta repetirlo veinte veces seguidas)
Sentado a nuestro lado está El Hombre del Puro o Amor de Madre. Se le pueden atribuir dos méritos: conseguir que un puro dure exactamente 90 minutos y lucir el tatuaje más cutre que he visto nunca.
Completan el conjunto Las Divinas de la fila de atrás, La Abuela (mundialmente famosa desde que Robinson la sacara gritando en El Día Después) y Barragán.
Pero hoy no quería hablar de ellos. Hoy quería hablar de Pozo sin Fondo.
Pozo sin Fondo se sienta justo en la primera fila, delante de nosotras. Viene al fútbol con sus tíos y su primo, con el que no congenia demasiado (todo esto son suposiciones nuestras, la verdad, pero no por eso dejan de ser creíbles) Pozo sin Fondo es un niño regordete, de unos 13 años, un poco cortico y, todo sea dicho, bastante asqueroso: se pasa los 90 minutos del partido comiendo (de ahí su nombre) Sus favoritos son los panchitos naranja fosforito, los que te dejan perdido, los cuales se zampa metiéndose los dedos hasta los nudillos, mientras te mira fijamente con la cabeza vuelta hacia atrás y los restos de la comida cayéndole por el chándal. MUY asqueroso.
Ante este espectáculo, lo único que podíamos hacer mi hermana y yo era mirarnos disimuladamente, entre la risa y las náuseas. La verdad es que Pozo sin Fondo nos resultaba bastante odioso, y entendíamos al primo de su misma edad, obligado a cargar con aquel niño gordo panchitos en mano.
Todo eso cambió hace unas jornadas.
Aquel día, no fueron los tíos de Pozo sin Fondo, en cuyo lugar vinieron dos amigos del primo, tan maquis como él. Durante 90 minutos, tuvimos que ver cómo los tres hacían de menos, ignoraban, insultaban y humillaban a Pozo sin Fondo, el cual sólo acertaba a balbucear quejas, que sólo hacían aumentar las risas. Fue vergonzoso. Justo unos días antes había estado leyendo en el blog de Inmita un reportaje sobre los nuevos Jokin, y no podía quitármelo de la cabeza.
Desde ese día, hemos tachado al primo de nuestras cabezas. Ahora miramos a Pozo sin Fondo de otra manera, casi amigable. Aunque, realmente, lo que sentimos es lástima.