Estaba buscando un relato que parece ser que he perdido (en otra situación esto me hubiese hecho entrar en un ataque de nervios pero afortunadamente en este caso tiene remedio) cuando, esperando a que el perro odioso de Windows me ofreciese alguna pista, han aparecido fotos de Santa Anita.
No eran las fotos que hice yo allí, sino unas que nos dejaron antes de ir, que yo misma me encargué de pedir por el simple hecho de ir adelantando acontecimientos, de poder prepararme para lo que iba a ver. Hoy las encontré de nuevo, ya olvidadas, y las reconocí. Reconocí en ellas los rostros de personas a las que tuve la oportunidad de conocer: Giovana, Ada, Brenda, Pipo... También de muchos rostros sin nombres, incapaz de recordarlos todos, pero allí estaban: la misma mujer que en una de las charlas se sentó en primera fila y asentía muy seria a todo lo que decíamos. Una de las cocineras, esgrimando un cucharón de palo. Niños a los que esquivaba todas las mañanas cuando entraba a casa, tripas que palpé, pesos y alturas que apunté, corazones que pude escuchar latir.
Me ha emocionado verlos en esas fotos, comprender que ahora podía atribuírles un recuerdo a cada uno de ellos. Ha sido agradable ese paseo y, sin embargo, la última foto me esperaba. Ya la primera vez me generó inquietud, pero ahora más todavía: recordaba a Ana, jugando con una Barbie vieja y sucia, peinándola constantemente aunque nada podría hacer que la muñeca mejorase. Empeñándose en mostrarla a la cámara, más importante que ella misma, orgullosa de ese montón de plástico.
Y ahora, después de todo estos recuerdos, la muñeca de Brenda me esperaba: más horrenda todavía, sucia, vieja, casi un muñeco diabólico más que otra cosa. Pero ahora comprendía que era su muñeca. Algo que era suyo, única y exclusivamente suyo.
Hay sitios donde los sueños mueren antes de nacer.
No eran las fotos que hice yo allí, sino unas que nos dejaron antes de ir, que yo misma me encargué de pedir por el simple hecho de ir adelantando acontecimientos, de poder prepararme para lo que iba a ver. Hoy las encontré de nuevo, ya olvidadas, y las reconocí. Reconocí en ellas los rostros de personas a las que tuve la oportunidad de conocer: Giovana, Ada, Brenda, Pipo... También de muchos rostros sin nombres, incapaz de recordarlos todos, pero allí estaban: la misma mujer que en una de las charlas se sentó en primera fila y asentía muy seria a todo lo que decíamos. Una de las cocineras, esgrimando un cucharón de palo. Niños a los que esquivaba todas las mañanas cuando entraba a casa, tripas que palpé, pesos y alturas que apunté, corazones que pude escuchar latir.
Me ha emocionado verlos en esas fotos, comprender que ahora podía atribuírles un recuerdo a cada uno de ellos. Ha sido agradable ese paseo y, sin embargo, la última foto me esperaba. Ya la primera vez me generó inquietud, pero ahora más todavía: recordaba a Ana, jugando con una Barbie vieja y sucia, peinándola constantemente aunque nada podría hacer que la muñeca mejorase. Empeñándose en mostrarla a la cámara, más importante que ella misma, orgullosa de ese montón de plástico.
Y ahora, después de todo estos recuerdos, la muñeca de Brenda me esperaba: más horrenda todavía, sucia, vieja, casi un muñeco diabólico más que otra cosa. Pero ahora comprendía que era su muñeca. Algo que era suyo, única y exclusivamente suyo.
Hay sitios donde los sueños mueren antes de nacer.
2 comentarios:
Hola Mae, te ha salido algo muy motivado, como siempre... Pero se me han quedado las ganas de saber un poco más el motivo de tu viaje. Porque parece ser que tenías "algo que hacer" por ahí, no eran simples vacaciones... ¿verdad?
Un saludo, Dama Mae.
Fueron cinco semanas de trabajo en los comedores de Santa Anita, uno de los distritos de Lima. Hicimos revisiones médicas a niños, atención en el dispensario, charlas, chequeos a madres y ancianos, encuestas epidemiológicas... Una experiencia muy bonita, la verdad, aunque creo que aún no he tenido tiempo de asimilar todo lo que puede llegar a significar.
Para cualquier duda, pregunta lo que quieras Carlos.
Besitos
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