Hoy recibí un chivatazo de uno de mis contactos. Al parecer, en un local de un popular barrio de Zaragoza se estaba vendiendo ropa de una conocida tienda de modas a muy buen precio. Lo cierto es que el comentario resultaba de lo más mafioso, y siendo que hoy era mi día de fiesta post-examen y que a mi madre le gustaba esa ropa, allí hemos encaminado nuestros pasos.
Después de un viaje en bus, que me ha recordado lo mucho que me gusta ir andando a los sitios, hemos llegado a la parada. Una vez allí, he seguido cuidadosamente las instrucciones: primera calle a la derecha, segunda a la izda torciendo a la altura de un cajero en obras, avanzar unos metros, llegar hasta una farmacia y torcer un poco antes. Sí, ahí estaba, la verja de hierro rojo que me habían indicado. Hemos dudado: ¿podríamos entrar así como así, o haría falta santo y seña? Tres señoras que rebuscaban en unas bolsas llenas de ropa a pocos pasos de distancia me han hecho decidirme, y nos hemos lanzado en dirección a la puerta.
Al abrir, otro mundo: una gran nave llena de ropa hasta los topes, y señoras revoloteando entre montones de camisetas. Extraño. Pero que muy extraño. Hemos conseguido vencer la sorpresa y nos hemos puesto también a mirar ropa, aunque yo no me podía quitar la sensación de estar en uno de esos casinos en plena ley seca, donde en cualquier momento podía haber una redada.
¿Curiosidades? El probador era una especie de baño sin puerta donde se agolpaban señoras de hermosas proporciones probándose bermudas de flores (porque no las ha descubierto el ejército, porque eso para ir de camuflaje no tiene precio) Otras no esperaban a tener sitio y se probaban las cosas en medio, tirando de la faja que no daba más de sí. ¿La razón a este descoque? Estaba PROHIBIDA la entrada a los hombres. Si fuese al revés saldría mañana en todos los periódicos, resulta vergonzoso. Un señor ha ido a entrar acompañando a su mujer, y ha sido despachado con un grito: "¡Hombres no!" Flipante.
Por lo demás, escenas típicas llevadas a la enésima potencia: ojos clavándose en mi madre viendo lo bien que le quedaba la ropa, acechando por si la soltaba (es que mi madre... Tiene todo el estilo que le faltaba al resto de la tienda) y un auténtico ataque contra la integridad de la vendedora cuando ha sacado una nueva caja de ropa. Un zafarrancho como no lo había visto nunca, del cual, cuando la vendedora ha conseguido salir, ha gritado: "¡Mátense, mátense tranquilas!" Casi me muero de la risa ahí mismo.
En fin, un viaje al lado oscuro de las compras. Ni Canal Street en Chinatown ni leches: monta un local clandestino, vende ropa buena de la temporada pasada a buen precio, prohíbe la entrada a hombres y mete a cincuenta señoras. Espectáculo garantizado.