Me gustan las tiendas de chinos. Sí, ya se, son un antro de mafiosos ilegales, alimañas que se les hace la boca agua mientras observan mis riñones, dispuestos a saltar sobre mí y convertirme en trocitos de Mae desperdigando mis órganos por media China. Lo se, lo se, pero sigo pensando que cuando quieres encontrar algo, vete a un chino.
El caso es que hoy se me ha metido en la cabeza que necesito una agenda. ¿A estas alturas de año? Pues sí, a estas alturas, y por supuesto era un problema que debía solucionar YA mismo.
Valiente para unos, inconsciente para otros, he entrado en el Todo a Cien de debajo de mi casa. Decidida, he ido hasta el estante de las agendas, en uno de los cincuenta pasillos que debe de tener la tienda (y por primera vez, y sin que sirva de precedente, no exagero) Rebuscaba entre el montón cuando, de repente, he oído algo en el pasillo de al lado.
Señora: Oye tú, ¿tienes bolsas frigoríficas?
Silencio.
Señora: ¡Que si tienes bolsas frigoríficas! Como una nevera.
Chino: Ah, nevela.
Se había escuchado un ruido de pasos.
Señora: No, no, una nevera no.
Chino: Nevela.
Señora: No quiero una nevera. Es como eso pero chafado.
Chino: Nevela.
Señora perdiendo la paciencia: No entiendes nada.
La señora ha pasado por mi lado, enfadada, seguida por el chino, que había permaneciendo serio a mi lado. Poco tiempo había durado allí, pues al medio segundo ya tenía compañía: una abuelilla se le había acercado, arrastrando los pies:
Abuelilla: Perdona, ¿tienes metros de costurera?
Silencio.
Abuelilla: Un metro. Un metro de medir.
Chino: Ah, metlo.
Se había acercado a un estante y había extraído una vara larga de madera, que resultó ser un metro.
Abuelilla: No, no, lo mismo pero en blando.
Chino: Metlo.
Abuelilla. Blan-do. Y que se enrolla y se queda metido en una cajita.
Chino, asintiendo con la cabeza y moviendo el metro de madera: Metlo.
La abuelilla había hecho un gesto con la mano y se había marchado, dejando al chino plantado con la vara. Yo también había acabado, marchándome.
Y cuando me iba, oí un chasquido repetido a mis espaldas. Ahí estaba el chino, andando frenéticamente por el pasillo, arriba y abajo. Golpeaba los estantes con la vara.