24.1.06

NUEVA YORK SÓLO FUE PRELUDIO

Me acuerdo muchas veces de Estambul.

Hay sitios que visitas y que olvidas pronto. O, como mínimo, no los recuerdas. Pero hay otros que vuelven a tu cabeza insistentemente, una y otra vez, con añoranza. Es el caso de Estambul. Y también de Nueva York.
Estambul fue especial mucho antes. Primero, porque era la ciudad soñada mucho antes de verla. La culpa la tuvo Kenizé Mourad, la autora de De Parte de la Princesa Muerta, una novela que se desarrolla en la India y Estambul, entre otros muchos sitios.
Estambul era para mí sinónimo de magia. Recuerdo cuando pude viajar allí, hace ya cinco años. Estaba aterrada en el avión, por miedo a sentirme decepcionada.
Afortunadamente no fue así. De hecho creo que es imposible decepcionarse ante Estambul.
Me quedo con una imagen: la terraza del hotel al atardecer. El cielo más naranja que he visto nunca y las cúpulas y los minaretes recortándose sobre el cielo, mientras que en la megafonía de la ciudad resonaba la voz cascada del Iman llamando a la oración de la tarde. Los barcos cruzaban el Bósforo en dirección al puerto y el silencio era total mientras el sol bajaba poco a poco. Todo detenido, irreal. Mágico como la ciudad.

Y puestos a hablar de momentos mágicos, me quedaré con otro más. Éste en el otro extremo del mundo, en New York: jueves noche, justo el día antes de volar a España de nuevo. Nubes tapando los pisos más altos de los rascacielos . Pero también silencio.

Me acerqué al puente de Brooklyn y me di cuenta de que aquel magnífico plano de Manhattan, con Diane Keaton y Woody Allen sentados en un banco casi debajo del puente, existía realmente. Ahí estaba yo, sentada en el mismo banco, mirando las luces de Manhattan, con la figura del puente sobre mi cabeza.

Había muchas otras personas en la pequeña playa bajo el puente. Personas solitarias, en silencio, cada uno encerrado en sí mismo. Todas mirábamos en la misma dirección y callábamos. Silencio en unos minutos que se hicieron eternos. Creo que el lugar del que más me ha costado irme nunca.


Como dicen al final de Los Puentes de Madison (la obra de teatro) "Disfrutad de la vida: ¡Hay tanta belleza!"

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tienes toda la razón, en mi caso no son tan urbanos como los tuyos, pero vuelven a mi cabeza a la mínima ocasión: una puesta de sol que se me parece a alguna de las vividas allí, el viento, una nube, una fecha en el calendario... Son los lugares que se te marcan a fuego en la mente y que te acompañan toda tu vida, aunque no los visites nunca más.

Isabel dijo...

Tienes razón. De hecho en mi caso no son sólo urbanos, aunque esos son los que más cariño les tengo. Es curioso como hay momentos que se guardan para siempre... Misterios de la mente.